
Hay un frío que se mete por la piel. Recorre los huesos y congela el alma, justo ahí, frente a esa escalera angosta, con baranda de madera y escalones de cemento. Nada es negro, en la Sala Negra. Todo es blanco, sucio, tenebroso. Baldosas opacas, cables colgando, vidrios rotos. Todavía hoy no se aguanta. Hace falta gritar, correr. Para salir, habrá que soportar el pasillo nuevamente. Sin mirar, sin temblar, sin llorar: imposible. Mejor, parar. Mejor, mirar ese agujero enorme en la pared, donde nace otra escalera, que baja. La boca del calabozo sigue gritando. No se aguanta. Hay que salir. Ya los presos no están, han desaparecido. Y esta vieja Brigada de Investigaciones de la policía chaqueña, devenida en centro clandestino de tortura y muerte, ahora se llama Casa de la Memoria, en Resistencia. Quizá por eso, afuera se escuchan gritos, decenas, cientos, miles. Y ahí están, por fin están, todos en sus marcas, listos, ya.
La carrera va a comenzar. Y no será una más. Ya no sólo por la conciencia en movimiento. Ni por las 60 mil piernas que corren cuando corre Miguel Sánchez. Ni por la noche infinita del 8 de enero de 1978, cuando lo chuparon de su cuarto en Berazategui, con su atletismo, su bandera y sus libros puestos. Incluso ese que le había dedicado Rodolfo Walsh. Ahora, su carrera comienza ahí, justo ahí, abriendo la puerta de la Cumbre Social del Mercosur y cerrando la puerta del horror.
La parada del colectivo, junto al arco de largada, no dice qué yogur desayunar. Dice: “Verdad, Memoria y Justicia”. No hoy, todos los días. Y un pasacalle, sobre la Casa de la Memoria, no dice a quién votar. Dice: “30 mil compañeros presentes”. No ahora, siempre. Larga entonces, más fuerte que nunca, Miguel y su carrera, entre banderas de Brasil, de Uruguay, de HIJOS. “Su historia es la excusa para hablar de militancia, de ideales y del Che, incluso en educación física”, revela Ana Paredes, de la Escuela N° 7 de Berazategui Ernesto Che Guevara. Y sigue marchando.
Con bombos y redoblantes, avanzan cientos de personas, atacando al silencio chaqueño, que ahora escucha por altoparlantes el homenaje a los 22 presos políticos fusilados el 13 de diciembre de 1976, por el Ejército y la Policía del Chaco, en Margarita Belén. “Esta carrera sirve para reforzar los juicios a los asesinos”, asevera Oscar Laborde, coordinador de la Cumbre. Y ahí están, en medio del recorrido que impone la carrera, los rostros visibles de los 12 represores chaqueños imputados por “tormento agravado, en concurso real”: Gabino Manader, José Rodríguez Valiente, Lucio Caballero, José Marín, Ramón Meza, Luis Patetta, Ramón Gandola, Enzo Breard, José Bettoli, Francisco Álvarez, Rubén Roldán y Oscar Galarza. “Los juzga un tribunal, los condenamos todos”, reza un cartel.
Y unos metros más allá, otros afiches cobran vida, cuando pasa Miguel, con sus compañeros de Margarita Belén. Como Juan Pereyra, que jugaba al fútbol en el Club Vial y leía historia. Como Roberto Yedro, que practicaba básquet en Regatas y estudiaba Derecho. Como Dora Noriega, que vendía pastelitos y militaba en la Juventud Universitaria. O como Fernando Piérola, que vivía a sólo dos cuadras del Club Echagüe y, además de dibujante, era “un marxista que militaba en Montoneros porque entendía que el movimiento popular era peronista”.
Poco a poco, más y más latinoamericanos se empiezan a sumar. Allá va, el ciclista chileno Sergio Tormen, escapándosele, otra vez, a las manos ensangrentadas de Pinochet. Y va Eduardo Chizzola, el profe uruguayo secuestrado en Parque Roca. Y va el boxeador brasileño Virgilio Gomes da Silva, golpeando la apatía. Y van los 17 rugbiers de La Plata, todavía empujando. “Esta es la carrera de todos los desaparecidos”, dice Elvira, hermana de Miguel, emocionada ante la evidencia: “No sólo están en alto sus nombres, sino sus ideales, de integración y justicia social. Miguel no conocía el Chaco: vino hoy por primera vez.”
Para verlo de cerca: se abrazan Martín Sharples, Esteban Roldán y Rubén Martínez (atletas del Neo Running Team ), los tres primeros en cruzar la meta, sobre silla de ruedas, cabeza a cabeza, en una paridad que sorprende. Que no sorprenda: “Nos pusimos de acuerdo para llegar juntos, porque acá no se viene a competir, sino a participar. Atahualpa decía que ‘hay hombres que mueren para volver a nacer y el que tenga alguna duda, que se lo pregunte al Che’. Y yo digo que hay hombres que desaparecen, para volver a aparecer, y el que tenga alguna duda, que se lo pregunte a Miguel.”
El primer premio, que se llevaron Hernán Zorrilla y Liliana Montenegro, no tuvo un solo dueño entre los corredores en silla de ruedas. Ni dos. Ni tres. “Le queremos dar nuestros trofeos a Fernanda Molfino”, anunció Sharples, para que ella contara la historia de los seres que iluminaban su remera: “A mi abuela, se la llevaron por seguir el ejemplo de sus hijos. Y a mis tíos los secuestraron en Buenos Aires. No supimos más de ellos, hasta que conocimos a mi primo, el año pasado. Es el nieto recuperado número 98.”
También rebalsada de emoción, entrega los premios Gaby Aguirre, de HIJOS, que ahora trabaja en la Casa de la Memoria, donde su padre estuvo detenido: “El ejemplo de Miguel expone que los desaparecidos no son un número y que no sólo seguimos peleando por ellos, sino también por lo que ellos soñaban.”
Todo memoria. Todo verdad. Todo justicia. Todo Resistencia. Aquella puerta que alguna vez cerraron, para silenciar los gritos, para esconder el horror, ahora está abierta de par en par, en la Cumbre Social del Mercosur. Que se escapen nomás, el olvido y la impunidad. Que no vuelvan nunca más. Miguel ya está en el Chaco, con 30 mil almas imposibles de contener. Y han traído una utopía, para dejarla correr.
Fuente: Tiempo Argentino
Por Nacho Levy